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Jóvenes, Iglesia y sociedad. Una comunión urgente y necesaria.
La vinculación de las categorías con las que se titula el presente artículo ha sido el centro de muchas discusiones a lo largo de la historia en nuestra Iglesia y en el último tiempo, sigue poniéndose sobre la mesa para encontrar más respuestas. Pero la necesidad de la comunión, que es superior a este planteo y exige la predisposición de toda la Iglesia a cambiar los modos en los que nos organizamos y pensamos nuestras acciones pastorales, urge ante un presente que necesita de la participación de las juventudes como factor unificador. Muchas veces se ha planteado la razón de ser de las pastorales juveniles o el lugar de los jóvenes en la Iglesia y más allá de las amplias respuestas, todavía seguimos repensando esta cuestión. Llegó el tiempo de reconocer que en la práctica, no hay una juventud homogénea; Que el dinamismo del tiempo presente nos conduce a propuestas permeables a cambios según los tiempos y las sociedades en las que habitamos. Es interesante plantearse un corrimiento de la categoría “joven católico , joven de parroquia/movimiento” para pensar más ampliamente en aquellos jóvenes que se identifican con los valores del Evangelio. Como dice la canción, “más allá de las fronteras”. No hablo de jóvenes que tengan que ser Evangelizados, hablo de juventudes que han encontrado valores Evangélicos en otras expresiones o actividades sociales y que no estamos pudiendo incorporar a la vida de la Iglesia. También, aquellos jóvenes profesionales que en su vida cotidiana mejoran los espacios en los que se vinculan y que no tienen tiempo o se sienten alejados de la vida ordinaria religiosa. Por qué no pensar también en las juventudes que, por ejemplo, desde nuestros barrios populares encontraron otras formas de celebración. Este modo quizás permita ver que si bien las discusiones planteadas en el ámbito social, los medios y las instituciones atraviesan a las juventudes, hay mucha vida en ellos y que el Reino en el que creemos, se hace presente aquí y ahora. Hablaríamos entonces de una Fe encarnada, que no divide la vida pastoral de la civil, que piensa en el ejercicio de las profesiones como un servicio al prójimo, que construye sociedades más justas. La actualidad en la que vivimos, que plantea guerra, superficialidades, modas, posicionamientos necesita del compromiso social de nuestras juventudes y más aún, de aquellas que tienen un proyecto de vida religioso.
En los barrios populares, en la fe popular, hay riquezas que nos invitan a una mirada de Iglesia encarnada. En este sentido, quisiera tomar un extracto de la homilía de monseñor Gustavo Carrara, Obispo auxiliar de Buenos Aires, con motivo de 55ª Jornada mundial de la paz (Catedral de Buenos Aires, 1 de enero de 2022): “Quisiera dejar planteado para nuestro diálogo y discernimiento comunitario el siguiente desafío que nos interpela como sociedad. Es necesario comenzar por la escucha atenta de la realidad. La agenda política debe responder a las necesidades de la gente.” La vida de los que nos consideramos Cristianos, está repleta de signos y significados que rondan nuestra realidad cotidiana y que merecen nuestro ejercicio de discernimiento continuo sobre cuáles de todos esos significados tienen relación con la propuesta del Evangelio. Podríamos decir, que la multiplicidad de acciones que construyen el bien común y nos ayudan a percibir el Reino ya habitan en nuestros espacios y reconocer en ellos un punto de partida para hacer crecer este modo de vida, esta Salvación para la sociedad toda. Es decir, no acudimos en la tarea Evangelizadora desde cero, sino reconociendo en la vida cotidiana y nuestras sociedades, una existente búsqueda de Dios. Esta escucha atenta, no quiere decir quedarse pensando grandes planes pastorales sino que exigen una dedicada y acompasada acción pastoral, que amerita más la escucha y la acción, que la acción y la reacción. Es más, escucha-discernimiento-acción-escucha, puede ayudarnos a mejorar. Mons. Carrara nos comparte también que “El diálogo empieza por la escucha sincera del otro, respetándolo en cuanto otro. Y sigue con el reconocimiento humilde que mi pensamiento es incompleto, que me puede enriquecer el encuentro con alguien distinto a mí. Es decir no poseemos la verdad, sino que esta nos posee y nos atrae constantemente desde la bondad y la belleza. (…) El diálogo entre generaciones nos hace pensar en la necesidad de otros diálogos en nuestra patria para el bien común. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación”. (FT 199). Necesitamos imperiosamente del diálogo para la amistad social y que éste sea encuentro hecho cultura. (Cf. FT 216-217).”
Habitamos en la cultura, nos movemos, habitamos, creamos y reproducimos. Es el tiempo de repensarnos desde nuestro ser Cristianos en una realidad que urge nuestra presencia como factores de cambio, trabajar juntos por el bien común, vivir lo que creemos. Recordemos una frase de Don Orione, quien nos decía “Tenemos que ser Santos, pero no tales que nuestra santidad pertenezca sólo al culto de los fieles o quede sólo en la Iglesia, sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres que más que ser Santos en la Iglesia seamos Santos del pueblo y de la Salvación social”.